Pero antes de pasar adelante, conviene enunciar, según insinuamos ya, dos categóricas proposiciones, que para

los antiguos teurgos fueron leyes demostradas. 1.ª Los llamados milagros, empezando por los de Moisés y acabando por lo de Cagliostro, estuvieron en perfecta concordancia con las leyes naturales, como acertadamente dice Gasparín, y por lo tanto, no fueron tales milagros. La electricdad y el magnetismo intervinieron sin duda alguna en muchos de estos prodigios; pero tanto ahora como entonces cabe admitir que las personas suficientemente sensitivas sirvan de conductores inconscientes y actúen en virtud de estos fluidos tan poco conocidos todavía por las ciencias. Esta fuerza posee infinidad de atributos y propiedades en su mayor parte ignoradas de los físicos. 2.ª Los fenómenos de magia natural, presenciados en Siam, India, Egipto y otros países de Oriente, no tienen nada de común con la prestidigitación, pues los primeros son efecto de fuerzas naturales ocultas, y la segunda es artificio ilusionante obtenido por medio de hábiles manipulaciones en connivencia con otras personas (4). Los taumaturgos de toda época obraban prodigios por estar familiarizados con las ondulaciones imponderables en sus efectos, pero perfectamente tangibles, de la luz astral, cuya corrientes guiaban con la fuerza de su voluntad. Los prodigios tenían doble carácter físico y psíquico, con sus correspondientes efectos materiales y mentales. Estos últimos son de índole análoga a los producidos por Mesmer y sus sucesores, entre quienes se cuentan en nuestros días dos hombres de no común cultura, Du Potet y Regazzoni, cuyas maravillosas facultades les dieron bien atestiguada nombradía en Francia y otros países. El hipnotismo es la más importante modalidad de la magia, cuyos efectos tienen por causa el agente universal propio de las obras mágicas que en todo tiempo se denominaron milagros. Los antiguos llamaron caos a este agente; Platón y los pitagóricos el alma del mundo, y según los indos la Divinidad en forma de éter penetra todas las cosas. Es un fluido invisible, y sin embargo, sumamente tangible. A este universal Proteo, a que De Mirville llama burlonamente el omnipotente nebuloso, lo denominaron los teurgos fuego viviente (5), espíritu de luz y magnes, cuya denominación denota sus propiedades magnéticas y naturaleza mágica, porque, como dice uno de nuestros adversarios, (...) y (...) son dos ramas de un mismo tronco que dan iguales frutos.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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