Uno puede conocerse a sí mismo sólo cuando no está consciente de que lo hace,
cuando no calcula, no se protege, no está constantemente vigilando para guiar, transformar, sojuzgar, controlar; cuando se ve a sí mismo inesperadamente, esto es, cuando la mente no tiene preconceptos en relación consigo misma, cuando está abierta, no cuando está preparada para encontrarse con lo desconocido. Si mi mente está preparada, no puedo, por cierto, conocer lo desconocido, ya que soy lo desconocido. Si me digo a mí mismo: «Yo soy Dios», o. «Soy nada más que un conjunto de influencias sociales o un haz de cualidades», si tengo algún preconcepto acerca de mí mismo, no puedo comprender lo desconocido, aquello que es espontáneo. Así pues, la espontaneidad puede llegar sólo cuando el intelecto se halla desprevenido, cuando no se está protegiendo, cuando ya no siente temor en relación consigo mismo; y esto puede ocurrir únicamente desde lo interno. Es decir, lo espontáneo ha de ser lo nuevo, lo desconocido, lo incalculable, lo creativo, aquello que debe ser expresado, amado, en lo cual la voluntad, como proceso del intelecto que controla y dirige, no tiene participación alguna. Observe sus propios estados emocionales y verá que los instantes de gran júbilo, de gran éxtasis, son impremeditados; ocurren inadvertidamente, de manera misteriosa, secreta.
Jiddu Krishnamurti . El Libro de la Vida .