El monje Kircher, de la escuela mística, expuso en 1654 una completa teoría del magnetismo

universal (9), basada en muchos puntos insinuados por Paracelso. Define el magnetismo en oposición al concepto de Gilbert, que considera la tierra como un enorme imán, y arguye en contra, diciendo que si bien toda partícula terrestre y toda fuerza invisible e incoercible son magnéticas, no es ello razón bastante para afirmar que la tierra sea un imán, pues en el universo sólo hay un imán, del que procede el magnetismo de cuanto existe. Este imán es, por supuesto, lo que los cabalistas llaman sol espiritual, esto es, Dios. Afirmaba Kircher que el sol, la luna, los planetas y las estrellas son sumamente magnéticos, pero por inducción, por efecto de moverse en el fluido magnético del universo o sea en la luz espiritual. Demuestra, además, la misteriosa simpatía entre los seres de los tres reinos de la naturaleza, con infinidad de ejemplos comprobados, algunos posteriormente, aunque la mayor parte no sólo no lo han sido, sino que se les ha negado posibilidad gracias a la tradicional dcautela y equívoca lógica de los científicos. Establece Kircher la distinción entre el magnetismo mineral y el animal o zoomagnetismo, diciendo que excepto en el caso de la piedra imán, todos los minerales han de estar magnetizados por la mayor potencia del magnetismo animal, que a su vez recibe esta virtud de la primera causa creadora. Por ejemplo, una aguja puede quedar magnetizada en la mano de un hombre de recia voluntad, y el ámbar adquiere esta potencia más por el frote de la mano humana que por otro medio cualquiera; y así es que el hombre puede comunicar su propia vida y animar hasta cierto punto los cuerpos inanimados. A esto llaman hechicería los necios. El sol es el cuerpo más magnético de todos (10) y así lo entendieron los filósofos antiguos, pues echaron de ver que las emanaciones del sol atraían todas las cosas que por su influencia reciben el poder de atracción. En prueba de ello cita algunas plantas que denotan mayor atracción hacia el sol y otras hacia la luna. Entre las primeras tenemos la llamada githymal, que sigue fielmente al sol aun cuando esté nublado. La flor de acacia abre los pétalos al salir el sol y los cierra a la puesta. Lo mismo hacen el loto egipcio y el girasol de Europa. La hierbamora ofrece análoga particularidad respecto de la luna. Como ejemplo de las simpatías y antipatías entre los planetas, cita Kircher la aversión de la vid por las berzas y su amor al olivo; la simpatía del ranúnculo por el lirio y la de la ruda por la higuera. En prueba de antipatía cita los renuevos del granado mexicano, cuyos trozos, al cortarlos, se repelen como movidos de implacable hostilidad. Opina Kircher, por otra parte, que los sentimientos y emociones son mudanzas de la condición magnética del individuo, es decir, que la ira, los celos, la amistad, el amor y el odio provienen de la alteración del ambiente que constituye nuestro campo de emanaciones magnéticas. El amor es uno de los sentimientos que ofrecen tan diversos aspectos como el amor maternal y el del artista por su arte. Tanto el amor como la amistad son manifestaciones de simpatía entre naturalezas congeniantes. Para Kircher, el magnetismo de amor puro es la causa eficiente de todas las cosas creadas. El amor sexual es de naturaleza eléctrica y lo llama amor febris species, la fiebre de la especie. Distingue Kircher dos clases de atracción magnética: la simpatía y la fascinación; una santa y natural; otra siniestra y artificiosa. A esta última atribuye el poder del sapo que sólo con abrir la boca atrae a la víctima que se precipita en sus fauces. El ciervo y otros rumiantes menores se ven impelidos irresistiblemente hacia la boa que los fascina, y el pez torpedo entorpece el brazo del pescador con sus descargas. El provechoso ejercicio de la facultad magnética, requiere tres condiciones: 1.ª Nobleza de alma. 2.ª Voluntad robusta e imaginación intensa. 3.ª Un sujeto más débil que el magnetizador. El hombre inmune a las tentaciones del mundo y de la carne puede curar magnéticamente enfermedades tenidas por incurables y adquirir clarividencia profética. Hasta aquí las teorías de Kircher.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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