Los positivistas debieron exigir otro símil más feliz y al mismo tiempo estar mejor enterados
de los descubrimientos científicos, pues en cuanto al hipnotismo lo practican con éxito, en algunos hospitales de Alemania, eminencias médicas cuya fama y sabiduría está muy lejos de igualar el presuntuoso conferenciante sobre la mediumnidad y la locura. Pocas palabras diremos antes de acabar este enojoso asunto. Hay positivistas que se vanaglorian de contar por correligionarios a los más ilustres científicos de Europa. Sin embargo, no entran en este número Huxley ni Mausley, de nombradía universal. Por lo que toca a Huxley, en una conferencia dada en 1868 en Edimburgo, sobre Los fundamentos fisiológicos de la vida, se muestra muy sorprendido de la ligereza con que el arzobispo de York le atribuyó filiación positivista, y dice: “Por lo que a mí toca, bien pudiera el respetable prelado desmenuzar polémicamente a Comte como un nuevo Agag, sin que yo le detenga la mano. Mi examen de la filosofía positivista me ha convencido de que poco o nada tiene de valía científica, pues en su mayor parte es tan opuesta a la verdadera ciencia, como pueda serlo el catolicismo ultramontano. En la práctica, la filosofía positivista es un catolicismo despojado del espíritu del cristianismo”. Más adelante se indigna Huxley con los filósofos escoceses, y les reconviene por haber consentido que el arzobispo de York atribuyese a Comte la fundación de la escuela filosófica de Hume, y a este propósito exclama: “Bastaba para remover en su tumba los huesos de David Hume, que, no lejos de ella, un auditorio parcial escuchara sin protesta cómo se atribuían sus doctrinas a un escritor francés de hace cincuenta años, en cuyas verbosas y áridas páginas se echa de menos el vigor de pensamiento y la claridad de expresión” (19). ¡Pobre Comte! Ahora resulta que, por lo menos en los Estados Unidos, sus más conspicuos discípulos quedan reducidos a un físico, un médico y un abogado, a quienes un crítico socarrón motejó de “triunvirato anómalo cuyas arduas tareas no les dejan tiempo para aprender a escribir” (20).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .