DERVICHES, o “encantadores danzantes”. – Aparte de la austeridad de vida y de las prácticas

de oración y meditación, los santones mahometanos se parecen muy poco a los fakires indos. Estos pueden llegar a ser sannyasis o santos mendicantes; los primeros jamás irán más allá de las fases secundarias de las manifestaciones ocultas. El derviche puede ser también potente hipnotizador, pero jamás se someterá voluntariamente a las abominables y casi increíbles mortificaciones que el fakir se inflige con creciente avidez hasta morir entre lentos y crueles tormentos. Las más horribles operaciones, como desollarse vivo, cortarse los dedos de pies y manos, amputarse las piernas, sacarse los ojos, enterrarse hasta el cuello y pasar así muchos meses, son para ellos juegos de niños. Uno de los tormentos más frecuentes es el tshiddy-parvâday (26). Consiste en suspender al fakir de uno de los brazos movibles de una especie de horca que suele verse en las cercanías de los templos. En el extremo de cada uno de estos brazos, hay una polea a la que está arrollada una cuerda con un garfio de hierro pendiente, que se clava en la desnuda espalda del fakir, cuya sangre inunda el suelo, y levantado en alto se le hace girar alrededor de la horca. Desde el primer momento de tan cruel operación, hasta que por su propio peso el cuerpo cede rasgado por el garfio y cae sobre las cabezas de la multitud, ni un solo músculo del rostro del fakir se contrae en lo más mínimo y queda tan tranquilo, grave y reposado como si saliera de un refrigerante baño. El fakir se goza en despreciar los mayores tormentos, porque está convencido de que cuanto más mortifique su cuerpo material, más brillante y santo será en cuerpo espiritual. El derviche no es capaz de infligirse tales torturas.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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