Lánzate después con valor al camino de la plegaria y de la súplica, sin pensar

en los obstáculos que te hubiesen detenido, de no haber tenido esta precaución, ni pararte siquiera a analizarlo. Dirígete con ardor a los diferentes lugares de tus sacrificios. Implora al padre, invoca al padre, conjura al padre, únete al padre cuando quieras ofrecer el sacrificio en el altar eterno del que mana la fuente de la vida y de la existencia de todos los seres. Sírvete con confianza de su nombre, él mismo estará a medias contigo, puesto que tendrás la intención de difundir su propio remo y el enemigo no podrá oponerse a tu obra y se mantendrá a una distancia muy grande. Será para esta obra y para tu sacrificio como un ser nulo y completamente extraño.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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