Unos treinta o cuarenta años atrás, Augusto Comte, alumno de la Escuela Politécnica de París
y auxiliar de las cátedras de Cálculo diferencial e integral y Mecánica racional en el mismo establecimiento docente, se despertó una mañana con la ventolera de ser profeta. En los Estados Unidos se encuentra un profeta en cada esquina, y en Europa escasean como cisnes negros; pero Francia es país de novedades y Comte fue profeta con tanto éxito, que aun la grave Inglaterra lo diputó durante algún tiempo por el Newton del siglo XIX. Difundióse el contagio mental hasta invadir cual devorador incendio Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. La flamante filosofía ganó algunos prosélitos en Francia, cuyo entusiasmo no fue duradero, porque se negaron a proporcionar los recursos que necesitaba el profeta, y el fervoroso entusiasmo despertado en un principio por aquella religión sin Dios se entibió con rapidez igual a su enfervoramiento. De los ardientes apóstoles del profeta sólo quedó uno notable: el famoso filólogo Littré, miembro del Instituto de Francia y candidato perpetuo a la Academia Imperial de Ciencias, cuya entrada le obstruía maliciosamente el obispo de Orleáns (5).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .