1.º Que los filósofos de la antigüedad aceptaban la teoría de las nebulosas. Por lo
tanto, no puede derivarse, como asegfura Draper (58), de los descubrimientos astronómicos de Herschel. 2.º Que Anaxímenes sostuvo en el siglo VI antes de Jesucristo la teoría de la evolución, diciendo que los animales descendían de los primeros reptiles aparecidos en la tierra y que el hombre descendía de los animales, según enseñaban también los caldeos antes del diluvio 3.º Que los pitagóricos afirmaban la analogía de la tierra con los demás cuerpos celestes (59). Así resulta que Galileo expuso unateoría astronómica ya conocida en la India desde la más remota antigüedad. Según ha demostrado Reuchlin, el astrónomo florentino estudió fragmentos de obras pitagóricas que todavía se conservaban en su época (60). 4.º Opinaban los antiguos que las plantas tienen sexo como los animales. Con ello vemos que los naturalistas modernos han seguido las huellas de sus predecesores. 5.º También enseñaban que las notas musicales están sujetas a número en dependencia de la tensión de la cuerda vibrante. 6.º Que las leyes matemáticas rigen el universo entero y aun suponían que del número se originaban las diferencias cualitativas. 7.º Negaban la aniquilación de la materia y sostenían que se transformaba en diversidad de aspectos (61). Añade a esto Jowett que aunque algunos de los referidos descubrimientos no pasen de felices conjeturas, en modo alguno cabe atribuirlos a meras coincidenciasa (62). En resumen, la filosofía platónica se distinguía por el orden, sistema y proporción de sus enseñanzas. Abarcaba la evolución de los mundos y de las especies, la transformación y conservación de la energía, la transmutación de las formas materiales y la eternidad de la materia y del espíritu. Desde este último punto de vista, la filosofía platónica supera de mucho a la ciencia moderna y corona la bóveda de su sistema con perfecta e inconmovible clave. Si tan cierto es que la ciencia ha progresado rápidamente en estos últimos tiempos, y si el moderno concepto de la naturaleza es más claro y preciso que el de los antiguos, ¿cómo quedan sin respuesta nuestras preguntas acerca del origen y condicionalidad de la vida? Si en los modernos laboratorios se acopia el fruto de la investigación experimental, que no conocieron los antiguos, ¿cómo no hemos adelantado un paso sino en caminos ya trillados antes de la era cristiana?; ¿cómo desde el punto culminante a que hemos llegado sólo vemos confusamente a lo lejos del alpino sendero del saber humano las gigantescas huellas de los primitivos exploradores? Si tanto sobrepujan los modernos a los antiguos artífices, que nos devuelvan las perdidas artes de nuestros antepasados y con ellas los inalterables colores de Luxor y la púrpura de Tiro, el indestructible cemento de las Pirámides, las hojas de Damasco, las vidrieras de colores y el vidrio maleable. Y si la química industrial apenas rivaliza ni siquiera con los artífices de los comienzos de la Edad Media, ¿a qué alardear de descubrimientos que, según toda probabilidad, se conocían hace miles de años? Cuanto más progresan la arqueología y la filología, tanto más humillantes son para nuestra época sus descubrimientos y tanto más glorioso el testimonio a favor de los antiguos sabios, acusados hasta ahora de ignorantes y supersticiosos. Muchísimo antes de que las carabelas del audaz genovés hendiesen las aguas del océano, ya habían dado las naves fenicias la vuelta al mundo para civilizar regiones hoy desiertas. La misma mano que trazó los planos de las pirámides de Egipto y otras obras hoy ruinosas en las márgenes del Nilo, erigió sin duda, según infieren los arqueólogos, el monumental Nagkon de Cambodge y grabó los jeroglíficos de los obeliscos y puertas de la población inda, recientemente descubierta en la Colombia británica por lord Dufferin, o en las ruinas de Palenque y Uxmal, en Centro América. Los restos que de las artes perdidas atesoramos en nuestros museos, hablan elocuentemente a favor de la civilización antigua y comprueban, vez tras vez, que las pasadas gentes enterraron con ellas diversidad de ciencias y artes no reavivadas en las retortas de la Edad Media ni en los crisoles de los laboratorios contemporáneos.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .