Creemos que muy pocos de estos fenómenos, cuando son auténticos, pueden atribuirse a espíritus humanos,
y aun los derivados de las ocultas fuerzas naturales a través de verdaderos médiums y de los fakires de la India y Egipto, requieren cuidadosa y detenida comprobación científica, sobre todo desde que respetables autoridades atestiguan la imposibilidad de fraude en muchos casos. Nadie niega que haya hechiceros de oficio cuya destreza alcance a producir fenómenos más estupendos que todos los “John King” habidos y por haber. Sirva de ejemplo Roberto Houdin, que tenía habilidad para ello y, no obstante, se burlaba luego en la misma cara de los académicos, porque le instaban a declarar con su firma en los periódicos que para hacer girar una mesa o que respondiera sin contacto de manos, era indispensble prepararla convenientemente para ello con la debida antelación (1). Prueba del erróneo juicio que atribuye a impostura todo fenómeno psíquico, nos la da el no haber aceptado un famoso prestidigitador londinense la apuesta de mil libras esterlinas con que Algernón Joy (2) le incitó a producir los fenómenos psíquicos en las mismas condiciones que los médiums, bajo la vigilancia de una comisión nombrada al efecto. Por hábil que sea un prestidigitador no podrá llevar a cabo en igualdad de circunstancias los fenómenos operados por los ma´s vulgares fakires indos. Entre los requisitos de prueba habrían de constar indispensablemente: por una parte, que la comisión investigadora designase el lugar del experimento, en el mismo instante de empezar el acto, sin que el fakir tuviera el más leve indicio de la designación; y por otra, que el experimento se efectuase en pleno día, sin otro ayudante que un chiquillo en cueros vivos, cuyo traje sería también, o poco más, el del fakir. En estas condiciones escogeríamos las tres suertes más repetidas por los fakires y presenciadas no hace mucho por varios personajes del séquito del príncipe de Gales, conviene a saber: 1º Convertir en serpiente cobra, de mordedura mortal, una rupia fuertemente retenida en la mano cerrada, por un circunstante escéptico. 2º Lograr que en menos de quince minutos brote, crezca, fructifique y madure una simiente escogida arbitrariamente por los espectadores y plantada en el tiesto que ellos mismos proporcionen. 3º Tenderse el fakir sobre tres espadas hincadas por el puño en el suelo, punta arriba, y al deshincarlas una tras otra, quedarse el fakir tendido en el aire a un metro del suelo. Cuando hagan lo mismo los prestidigitadores, empezando por Houdin y acabando por el último impostor que recabó éxitos con sus ataques al espiritismo, entonces, y sólo entonces, creeremos que el género humano procede la pezuña del orohippus eocénico de Huxley.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .