Entre 1650 y 1800, los primitivos geólogos propusieron diversas hipótesis sobre la composición y estructura
del interior del globo terráqueo [ELLENBERGER, 1994: 16-23]. Una de ellas, muy influyente, fue la de Athanasius Kircher. Pero no fue la única. Desde los tiempos de Galileo, los filósofos se preguntan sobre lo que hay en el interior de la Tierra. Con anterioridad, en la época medieval, los autores no dudaban en situar el infierno en el interior del planeta, en un lugar donde hay fuego. El mismo Dante Alghieri, en La Divina Comedia, escrita entre 1307 y 1321, trata del viaje que hace el poeta, primero al infierno, luego al purgatorio y por último al cielo. En los dos primeros le sirve de guía el poeta Virgilio y, en el último, su enamorada Beatriz. Imagina un mundo compuesto por esferas concéntricas, con la Tierra en posición central (el clásico modelo geocéntrico de Aristóteles y Ptolomeo), y alrededor de ella, en siete círculos concéntricos los siete planetas. Envolviéndolos a éstos, la esfera de las estrellas fijas en la que están las figuras del Zodíaco. Y más arriba, la llamada esfera cristalina del primum movile, más allá de la cual está el Paraiso empíreo. El purgatorio lo sitúa en una capa intermedia entre la Tierra y la Luna. Y en lo más hondo de las cavernas de la Tierra, por las bocas vomitando fuego, el infierno. Este es el imaginario que se ha perpetuado durante siglos y que fue en su momento un punto de conflicto entre ciencia y teología.
Athanasius Kircher . El Geocosmos .