Así se explica, por ejemplo, que no tenga crédito en 1876 el testimonio dado en
1731 acerca de un hecho ocurrido durante el pontificado de Paulo III. Si a los científicos se les dice que los romanos mantenían encendidas por muchos años las lámparas sepulcrales, alimentadas con la oleaginosidad del oro, y que una de estas lámparas se encontró ardiendo todavía al cabo de mil quinientos cincuenta años (31) en la tumba de Julia, hija de Cicerón, no querrán creerlo hasta convencerse por sus propios ojos de la posibilidad del hecho, con lo que también pueden recusar el testimonio de los filósofos antiguos y medioevales. Les parecerá asimismo sospechosa la resurrección de los fakires después de treinta días de haber sido enterrados vivos, y tendrán por patraña el hecho de que algunos lamas se infieran heridas de mortal apariencia hasta el punto de enseñar las entrañas, y sin embargo, se las curen casi instantáneamente. No es extraño que las gentes recelosas del testimonio de sus propios sentidos, en cuanto a fenómenos realizados en su mismo país, repugnen los relatos de los viajeros y las narraciones contenidas en obras clásicas; pero no se concibe la terquedad de las Academias, que después de las lecciones recibidas persisten en ofuscar sus dictámenes con palabras enemigas de la verdadera ciencia. La magia puede replicar a los científicos con la voz de Dios que le decía a Job desde el torbellino: “¿En dónde estabas tú cuando eché los cimientos de la tierra? Responde si comprendiste. Y ¿quién eres tú para atreverte a decir a la naturaleza: de aquí no pasarás?” Pero nada importa que nieguen, porque ni aun cuando su escepticismo fuese mil veces más mordaz, impedirían la efectuación de fenómenos en todos los ámbitos del mundo, y seguirán los fakires levantándose de sus temporáneas tumbas y los lamas no tendrán reparo en herirse y mutilarse el cuerpo sin dolor y continuarán ardiendo perpetuamente las lámparas de los sepulcros indos, japoneses y tibetanos. Tampoco dejarán por ello de servir de testimonio las maravillas presenciadas en Egipto por el capitán Lane, los experimentos de Napier y Jacolliot, en Benarés, y las levitaciones de personas en pleno día (32).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .