La clave de los dogmas pitagóricos es la fórmula general de unidad en la variedad;

lo uno desenvuelve y por completo penetra lo múltiple. Tal es, en compendio, la antigua doctrina de la emanación. El apóstol Pablo la aceptaba asimismo como verdadera. “... ... ... ...” De Aquél, por Aquél y en Aquél son y están todas las cosas. Esto es puramente indo y brahmánico. “Cuando la disolución (Pralaya) llega a su término, el Ser inmenso, Para-Atma, o Para-Purusha, el Señor existente por sí mismo y del cual y por medio del cual todas las cosas fueron son y serán..., quiso emanar de su propia substancia la variedad de criaturas”. (Manava-Dharma-Shastra, libro I, dísticos 6 y 7). La Década mística 1 + 2 + 3 + 4 = 10 expresa esta idea. El 1 simboliza a Dios; el 2 la materia; el 3 la combinación de la Mónada y la Duada que participan de la naturaleza de ambas en el mundo fenomenal; el 4, o forma de perfección, simboliza el vacío; y el 10, o suma de todas las cosas, comprende la totalidad del Cosmos. El universo es la combinación de miles de elementos, y sin embargo es la expresión de un solo espíritu: un caos para los sentidos, un cosmos para la razón. Todo es induísta en esta combinación y progresión de números en la idea de la creación. Único es el Ser existente por sí mismo, Swayambhu o Swayambhuva, como también se le llama. De sí mismo emana la facultad creadora, Brahmâ o Purusha (varón divino), y el Uno se convierte en Dos; de esta Duada, unión del principio puramente intelectual con el de la materia, procede un tercero, Virdj, el mundo fenomenal. De esta invisible e incomprensible trinidad, la Trimurti brahmánica, procede la segunda tríada, que representa las tres facultades: creadora, conservadora y transformadora, representadas por Brahmâ, Vishnu y Shiva, aunque siempre reunidas en una. Brahmâ, o Tridandin, como se le llama en los Vedas, es la Unidad, el dios trino y manifestado que da origen al simbólico Aum, o Trimurti compendiada. Sólo por medio de esta trinidad, siempre activa y perceptible a nuestros sentidos, puede la invisible y desconocida Mónada manifestarse en el mundo de los mortales. Cuando se convierte en Sharira, esto es, cuando asume forma visible, simboliza los principios de la materia y los gérmenes de vida. Entonces es Purusha, el dios trifáceo, o del trino poder, la esencia de la tríada Védica. “Conozcan los brahmanes la sagrada sílaba (Aum), las tres palabras del Savitri, y lean diariamente los Vedas”. (Manu, libro IV, dístico 125). “Después de crear el universo, Aquél cuyo poder es incomprensible, se desvaneció absorbido en el Alma Suprema... Restituida a su primera obscuridad la gran Alma, permanece en lo desconocido y carece de forma... “Cuando de nuevo reúne los sutiles principios elementarios y penetra en algfún germen animal o vegetal, asume en cada uno nueva forma”. “Así es, que por alternativa de reposo y actividad, el Ser inmutable hace que eternamente revivan y mueran todas las criaturas existentes, activas e inertes”. (Manu, libro I, dístico 50 y siguientes). Quien haya estudiado a Pitágoras y sus teorías respecto de la Mónada que, después de emanar la Duada, se restituye al silencio y a la oscuridad y crea la Tríada, puede descubrir la fuente de donde manan la filosofía del eminente filósofo de Samos, la de Sócrates y la de Platón. Espeusipo parece haber enseñado que el alma física o thumética era inmortal como el espíritu o alma racional. Más adelante expondremos sus razones. También, como Filolao y Aristóteles en sus disquisiciones sobre el alma, dice que el éter es un elemento y supone cinco elementos principales, correspondientes a las cinco figuras regulares geométricas. Esta enseñanza está tomada de la escuela alejandrina (8). Hay en las doctrinas de los filaleteos mucho que no aparece en las obras de los más antiguos platónicos, porque sin duda las enseñaba el maestro con sigilosas reservas, como arcanos que no debían publicarse. Espeusipo y Xenócrates sostuvieron después que el anima mundi o (alma del mundo) no era la Divinidad, sino su manifestación. Estos filósofos jamás atribuyeron al Uno naturaleza animada (9). El Uno originario no existe en la acepción que damos a la palabra, pues hasta que se desdobló en lo múltiple (existencias emanadas, la mónada y la duada), no tuvo existencia. El ..., el algo manifestado mora igualmente en el centro que en la circunferencia, pero sólo el Alma del Mundo es reflejo de la Divinidad (10). En esta doctrina aletea el espíritu del budismo esotérico. La idea que tiene de Dios el hombre es la deslumbradora luz que ve reflejada en el cóncavo espejo de su propia alma, pero esta imagen no en realidad la de Dios, sino su reflejo. Su gloria está allí, pero el hombre ve a lo sumo la luz de su propio espíritu, que es cuanto puede ver. Cuanto más limpio esté el espejo, más resplandecerá la imagen divina. Pero el mundo exterior no puede permanecer allí al mismo tiempo. Para el extático yogui, para el profeta iluminado, el espíritu brilla como el sol del mediodía; para la viciosa víctima de los atractivos terrenos, el resplandor desaparece, porque el grosero aliento de la materia empaña el espejo. Tales hombres reniegan de Dios y quisieran de un golpe privar de alma a la humanidad. ¿Ni DIOS ni ALMA? ¡Horrible y aniquilador pensamiento! Delirante pesadilla del lunático ateo, ante cuya alucinada vista pasa una horrible e incesante serie de chispas de materia cósmica, por nadie creadas, que aparecen, existen y se desenvuelven por sí mismas, es decir, por nada ni nadie y no proceden de ninguna parte ni van a parte alguna, sin que ninguna Causa las impela en un círculo eterno, ciego, inerte y SIN CAUSA. ¡Qué comparación cabe con el erróneo concepto del nirvâna búdico! El nirvâna va precedido de innumerables transformaciones espirituales y reencarnaciones durante las cuales la entidad no pierde ni por un segundo el sentimiento de su propia individualidad, que persiste durante millones de edades antes de llegar a la nada final.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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