La «nobleza» del oro es, por tanto, fruto de su «madurez»; los otros metales son
«comunes» por estar «crudos», no «maduros». Así, si se quiere, la finalidad de la Naturaleza es el acabado perfecto del reino mineral, su última maduración. La transmutación «natural» de los metales en oro está inscrita en su propio destino. En otros términos, la Naturaleza tiende a la perfección. Pero, partiendo del hecho de que el Oro es portador de un simbolismo altamente espiritual («el oro, dicen los textos indios, representa la inmortalidad»), es evidente que una nueva idea elaborada por ciertas especulaciones al-químico-soteriológicas sale a la luz: la del alquimista como salvador fraterno de la Naturaleza, a la que ayuda a cumplir su finalidad, a alcanzar su «ideal», que es la conclusión de su progenie —mineral, animal o humana—, llegando a la suprema «madurez», es decir, a la inmortalidad y la libertad absolutas (toda vez que el oro es símbolo de la soberanía y la independencia).
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .