Uno tiene el destello de la comprensión, esa rapidez extraordinaria del discernimiento instantáneo, cuando el
pensamiento se halla ausente, cuando la mente está muy quieta no abrumada por su propio ruido. Así pues, la comprensión de cualquier cosa de una pintura moderna, de un niño, de nuestra esposa, de nuestro vecino, o la comprensión de la verdad, verdad que se encuentra en todas las cosas- sólo puede acaecer cuando la gente está muy quieta. Pero esa quietud no puede ser cultivada, ya que si uno cultiva una mente quieta, ésa no es una mente quieta, es una mente muerta. Cuanto más se interesa uno en algo, cuanto mayor es su intención de comprender, tanto más sencilla, clara y libre es la mente. Entonces cesa la verbalización. Al fin y al cabo, el pensamiento es palabra, y la palabra es la que interfiere. La pantalla de las palabras, que es la memoria, se interpone entre el reto y la respuesta. Es la palabra la que responde al reto, proceso que llamamos intelección. Por lo tanto, la mente que parlotea, que verbaliza, no puede comprender la verdad, la verdad en la relación, no una verdad abstracta. No existe la verdad abstracta. Pero la verdad es muy sutil. Lo sutil es lo que resulta difícil de entender. No lo abstracto. La verdad llega tan repentinamente, tan misteriosamente, que la mente no puede retenerla. Como un ladrón en la noche, llega secretamente, no cuando estamos preparados para recibirla, no cuando nuestra recepción es meramente una invitación de la codicia. Por eso, una mente atrapada en la red de las palabras no puede comprender la verdad.
Jiddu Krishnamurti . El Libro de la Vida .