Para comprobar la impulsión del médium, colocaba Faraday varios discos de cartón adheridos tangencialmente uno
con otro por medio de cola, que se desprendían por efecto de una presión continuada. Ahora bien: luego de girar la mesa, si es que a tanto se había atrevido en presencia de Faraday, lo cual no deja de ser significativo, se examinaban los discos, y al ver que habían resbalado en la misma dirección que el giro de la mesa, resultaba de ello la prueba incontrovertible de que el médium había empujado el mueble. Otro aparato de comprobación de los fenómenos psíquicos consistía en un pequeño dinamómetro que delataba el más leve impulso del médium, o, según decía el mismo Faraday, “indicaba el paso del estado pasivo al activo”. Este dinamómetro, indicador del impulso, demostraba tan sólo la acción de una fuerza que emanaba de los observadores o los dominaba. Pero ¿quién ha negado jamás la existencia de una fuerza en estos fenómenos? Todos admitimos que esta fuerza pasa a través del médium, como generalmente sucede, o actúa con entera independencia del mismo, según ocurre bastantes veces. A este propósito, dice de Mirville: “El verdadero misterio está en la desproporción entre la fuerza desplegada por los médiums (que empujaban porque a ello se veían forzados) y los efectos de rotación cuya índole es realmente prodigiosa. En presencia de tan pasmosos efectos, ¿cómo suponer que las liliputienses experiencias de esta índole tengan valor alguno en la tierra de gigantes hace poco descubierta?” (37). Con mayor mala fe procedió el profesor Agassiz, cuya reputación científica corría parejas en América con la de Faraday en Inglaterra. El notable antropólogo Buchanan, que ha tratado mejor que nadie en América del espiritismo, habla de Agassiz con justa indignación, pues no tenía motivo para escarnecer los fenómenos que en sí mismo había experimentado. Pero como Faraday y Agassiz están ya desencarnados, vale más ocuparnos de los vivos que de los muertos. Resulta, por lo tanto, que los modernos escépticos niegan una fuerza del todo familiar a los antiguos tiempos. En épocas antediluvianas tal vez jugarían con esta fuerza los chiquillos, como los que describe Bulwer Lytton en La raza futura, juegan con el tremendo vril o agua de Phtha. Los antiguos llamaron a la antedicha fuerza Anima mundi y los herméticos medioevales le dieron los nombres de luz sidérea, leche de la Virgen, magnes y otros varios. Pero los modernos eruditos repudian tales denominaciones, porque tienen sabor de magia, que, según ellos, es grosera superstición.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .